
“Un aspecto esencial del consumismo es la reducción del ser humano a una máquina buscadora y maximizadora de placer y utilidad que actúa de manera individualista en un espacio social en el que concurren múltiples individuo desvinculados unos de otros, que buscan su utilidad individual. Consumismo es inseparable de individualismo. […] Alude también a consumir compulsivamente, a dar demasiada importancia a la adquisición y goce de bienes materiales, incluso a un estilo superficial y expeditivo de relacionarse con las cosas y los productos humanos”. [Consumismo] significa también una relación pasiva con el mundo de los objetos, en que éstos se ofrecen a la codicia adquisitiva y al disfrute en el uso y reprimen las capacidades activas o creadoras de la persona, que también vienen a ser reprimidas en un sistema técnico-productivo que reduce a la mayoría de los trabajadores a apéndices psicomecánicos de las máquinas. “Un aspecto particularmente devastador de este universo consumista es la tendencia a reducir a la persona a mero consumidor […]. El individuo consumidor ¿tiene algo que decir sobre la oferta misma? Se supone que no: para él la oferta de mercancías es un dato bruto sobre el que no influye salvo indirectamente, mediante la salida, es decir, absteniéndose de comprar lo que no le interesa. El consumidor, en este contexto,. No tiene la opción de la “voz”, sólo la de la “salida”. […] Quienes determinan el contenido y la magnitud de la ofreta son los productores,y concretamente los grandes empresarios, el gran capital […]. Esta asimetría tiene una gran importancia política, porque cuando hablamos de la oferta de bienes y servicios en el mercado estamos hablando de metabolismo socionatural, es decir, de la relación entre sociedad humanas y medio natural. Esta dimensión fundamental de la inserción del ser humano en el mundo queda en manos del poder económico privado y del poder político que lo secunda, esto es, de una parte minoritaria de la sociedad que, para mayor gravedad, está poseída por la pasión incontrolada de la acumulación de dinero y de poder”. […] En realidad se trata de un fenómeno político que afecta a aspectos esenciales de la vida colectivo y al destino presente y futuro de la humanidad. Por eso, la jibarización de la persona a simple consumidora equivale a expulsarla de una faceta esencial de la vida política, y a reducirla a mero sujeto meramente privado que, cuando consume, ejerce un derecho supuestamente privado de elección entre ofertas que se presentan como carentes de significación pública o colectiva. Frente a esta privatización, el consumidor responsable debe asumir que el consumo es político, y debe esforzarse por adquirir el derecho cívico a intervenir en las dimensiones esenciales del metabolismo socionatural. Este metabolismo no puede dejarse – en democracias dignas de este nombre – en manos de minorías cuyo monopolio del poder arruina la democracia. […] Se trata de recuperar para la ciudadanía el poder de decisión sobre un bien público tan esencia como la determinación del metabolismo socionatural. Se trata, en otras palabras, de convertir al mero consumidos en consumidor-ciudadano. […] Ejercer un ciudadanía responsable en el ámbito del consumo implica hoy buscar criterios adecuados desde el punto de vista de la equidad social y de la sostenibilidad ecológica en el interior de un mundo difícil de manejar debido a las enormes desigualdades sociales y a la magnitud de la actual huella ecológica. “